Una mirada a los Juegos Centroamericanos y del Caribe

Estadio de bésibol Edgar Rentería, ubicado en el barrio Montecristo de Barranquilla. 



Por Juan Roa De Ávila


Veracruz, México, agosto de 2014.

Luego de una muy mediatizada batalla que sostuvo ante Ciudad de Panamá y Puerto la Cruz, finalmente Barranquilla consiguió alzarse con la sede de los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018.

La ciudad salió airosa en medio de los aplausos que se esgrimían ante la presencia de las autoridades locales de entonces.

Tras dos años de haber sido elegida y con todo el andamiaje arquitectónico armado, los recursos empezaron a moverse entre dimes y diretes.

Unos argumentaban que el Gobierno Nacional aún no giraba los recursos y otros que Coldeportes no había aprobado los diseños. Atrasos normales a los que, como bien parecía venir, se vería expuesto el comienzo de las obras de los 12 escenarios que acogerán las justas.

Ante ello, pensar hoy en la realización de tal evento es ver fotos, diseños, declaraciones y promesas que terminan por caer en la redundancia y no son condescendientes a las ejecuciones que deberían gestionarse a menos de un año y medio para la inauguración de los mismos.

Han pasado 70 años desde la última vez que Barranquilla acogió un evento de tal magnitud. Y si bien lo organizó a la altura del momento, al parecer la organización del pasado Mundial de fútbol Sub-20 sacó a relucir algunas irregularidades en materia de planificación.

La Odecabe, en medio de sus exigencias cortoplacistas, ha exigido ahora que los escenarios remodelados y reconstruidos sean terminados con tres meses de anticipación. Es decir, en teoría, el tiempo se ha reducido, dejando una brecha insalvable entre lo que se puede hacer y lo que en principio se planificó.

A la luz de hoy solo hemos avanzado en la implosión de un coliseo y en la suspensión de dos estadios como el Elías Chegwin y el Romelio Martínez que, según el cronograma, debieron haberse cerrado con varios meses de anterioridad y no hace algunas semanas.

Empezamos, pues, a correr sobre la marcha de dejar unos escenarios a medias que devenguen unos Juegos a medias, que, desde el regionalismo marcado que nos caracteriza, puedan despertar la crítica de la comunidad internacional hasta el punto de alimentar la sensación de que ser sede nos pudo haber tomado por sorpresa.

En principio, se pensó en un recorte presupuestal que terminó a parar sobre las arcas de Coldeportes, entidad que finalmente decidió refugiarse en el respaldo del Gobierno Nacional, y éste a su vez en el Distrito.

Pero organizar la vigésima tercera edición de los Juegos Centroamericanos exige planificación presupuestal y temporal de parte y parte, pasando por la transformación de estadios, elaboración de organigramas y la seria edificación de una logística suficiente que nos permita acoger a los más de 6.700 atletas de 31 países con quienes vamos a reproducir nuestra imagen de Capital de Vida.

Emprender una inversión total de $313.000 millones; $183.000 en infraestructura y $130.000 en organización, amerita una celebración deportiva a la altura de la festejada hace ya diez años en Cartagena, donde después de una larga lucha que suscitó intereses políticos finalmente se llevaron las competencias a buen puerto.

En adelante, las constructoras encargadas de las ejecuciones, en compañía del Distrito y la Secretaría de Deportes, deberán agilizar las obras ante la factura inagotable del tiempo, ese que hoy apremia por los retrasos en los que se han escudado los organizadores desde Bogotá.

Experiencias pasadas nos dicen que detrás de todo buen espectáculo deportivo hay una idea de proyecto estructurada. Y la prueba la tenemos en Lima, Perú, ciudad en la que se realizarán los Juegos Bolivarianos del año 2019, y donde desde ya se está trabajando en la infraestructura vial suficiente y la adecuación de algunos escenarios deportivos para una ocasión que tiene un año más de plazo que la nuestra.

Nos resta ser optimistas. Todos tendríamos que pensar que efectivamente Barranquilla va a cumplirle al país y atrás debería quedar aquella discusión que pretendía llevarse los Juegos para Cali.

Pero es injustificable, desde cualquier punto de vista, que aún no se haya conocido el diseño de la Villa Olímpica -que en principio fue pensada para construirse en intermediaciones del municipio de Galapa- la cual servirá como lugar de alojamiento para los atletas de las diferentes delegaciones.


Por lo pronto, y para no ahondar en más discusiones, nos vendría bien pensar que el evento nos dejará un legado que permitirá construir un nuevo modelo deportivo-social que lidere, por fin, el proyecto por acercarnos al ideal de recreación ciudadana que a todas luces nos venden desde los medios.

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